Consagración y vida religiosa

A.- La expresión consagración en la Biblia.

Especial dedicación de una persona o una cosa a Dios (Ex. 13, 2.12; 29, 21.33.43; Lev. 8, 10-15.30). En particular, son objeto de consagración los sacerdotes (Ex. 28, 41; 29, 1.44; 30, 30; 40, 13; Lev. 8, 12; 10, 7; 1 Rey. 13, 33), los reyes (1 Sam. 10, 1; 16, 13; 1 Rey. 1, 39; 2 Rey. 9, 6; 11, 12), a veces incluso los reyes paganos en cuanto ejecutores de los designios de Dios (Is. 45, 1), y también los profetas (1 Rey. 19, 16; Is. 61, 1). A excepción de los profetas, la consagración de una persona va generalmente acompañada del rito de la unción con aceite. El ungido y consagrado por antonomasia es el Mesías (Sal. 2, 2.6), título y realidad que el NT recaba para Jesucristo (Lc. 2, 11 ; Hech. 2, 36; 10, 38; ver Lc. 4, 17-18), que concentra en su persona de forma definitiva los poderes sacerdotales, reales y proféticos. En cuanto partícipe de estos poderes, todo cristiano es un consagrado (2 Cor. 1, 21; Ef. 1, 13; 4, 30; 1 Jn. 2, 20.27; ver Mt. 28, 19).

B).- LA VIDA CONSAGRADA en la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica

914 "El estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque
no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo, sin discusión a su vida y a su santidad" (LG 44).

Consejos evangélicos, vida consagrada
915 Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicid ad a todos los
discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la "vida consagrada" a Dios (cf. LG 42-43; PC 1).

916 El estado de vida consagrada aparece por consiguiente como una de las maneras
de vivir una consagración "más íntima" que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios (cf. PC 5). En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro (cf. CIC, can. 573).


Un gran árbol, múltiples ramas
917 "El resultado ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno
de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo" (LG 43).

918 "Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que intentaron, con la
práctica de los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo con mayor precisión. Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que la Iglesia reconoció y aprobó gustosa con su autoridad" (PC 1).

919 Los obispos se esforzarán siempre en discernir los nuevos dones de vida
consagrada confiados por el Espíritu Santo a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida consagrada está reservada a la Sede Apostólica (cf. CIC, can. 605).

La vida eremítica
920 Sin profesar siempre públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños,
"con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo" (CIC, can. 603 1).
921 Los eremitas presentan a los demás ese aspecto interior del misterio de la Iglesia
que es la intimidad personal con Cristo. Oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación silenciosa de Aquél a quien ha entregado su vida, porque El es todo para él. En este caso se trata de un llamamiento particular a encontrar en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado.


Las vírgenes y las viudas consagradas

922 Desde los tiempos apostólicos, vírgenes (Cf. 1 Co 7, 34-36) y viudas cristianas (Cf.Vita consecrata, 7) llamadas por el Señor para consagrarse a El enteramente (cf. 1 Co
7, 34-36) con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua "a causa del Reino de los cielos" (Mt 19, 12).

923 "Formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, [las vírgenes] son
consagradas a Dios por el Obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran
desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia"
(CIC, can. 604, 1). Por medio este rito solemne ("Consecratio virginum", "Consagración de vírgenes"), "la virgen es constituida en persona consagrada" como "signo transcendente del amor de la Iglesia hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la vida futura" (Ordo Cons. Virg., Praenot. 1).

924 "Semejante a otras formas de vida consagrada" (CIC, can. 604), el orden de las
vírgenes sitúa a la mujer que vive en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de la oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico, según el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una (OCV., Praenot. 2). Las vírgenes consagradas pueden asociarse para guardar su propósito con mayor fidelidad (CIC, can.604, 2).

La vida religiosa

925 Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo (cf. UR 15) y vivida en los
institutos canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC, can. 573), la vida religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC, can. 607).

926 La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de
su Señor y que ofrece como un estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está invitada a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el lenguaje de nuestro tiempo.

927 Todos los religiosos, exentos o no (cf. CIC, can. 591), se encuentran entre los
colaboradores del obispo diocesano en su misión pastoral (cf. CD 33-35). La implantación y la expansión misionera de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas "desde el período de implantación de la Iglesia" (AG 18, 40). "La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de las nuevas iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas, las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas" (Juan Pablo II, RM 69).

Los institutos seculares


928 "Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles,
viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él" (CIC can. 710).

929 Por medio de una "vida perfectamente y enteramente consagrada a [esta]
santificación" (Pío XII, const. ap. "Provida Mater"), los miembros de estos institutos participan en la tarea de evangelización de la Iglesia, "en el mundo y desde el mundo", donde su presencia obra a la manera de un "fermento" (PC 11). Su "testimonio de vida cristiana" mira a "ordenar según Dios las realidades temporales y a penetrar el mundo con la fuerza del Evangelio". Mediante vínculos sagrados, asumen los consejos evangélicos y observan entre sí la comunión y la fraternidad propias de su "modo de vida secular" (CIC, can. 713, 2).

Las sociedades de vida apostólica

930 Junto a las diversas formas de vida consagrada se encuentran "las sociedades de
vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por las constituciones" (CIC, can. 731, 1 y 2).

Consagración y misión: anunciar el Rey que viene

931 Aquel que por el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a él como al
sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración. Pero "ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su instituto" (CIC 783; cf. RM 69).

932 En la Iglesia que es como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la
vida de Dios, la vida consagrada aparece como un signo particular del misterio de la Redención. Seguir e imitar a Cristo "desde más cerca", manifestar "más claramente" su anonadamiento, es encontrarse "más profundamente" presente, en el corazón de Cristo, con sus contemporáneos. Porque los que siguen este camino "más estrecho" estimulan con su ejemplo a sus hermanos; les dan este testimonio admirable de "que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios" (LG.31).

933 Sea público este testimonio, como en el estado religioso, o más discreto, o incluso
secreto, la venida de Cristo es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida: El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino que busca la futura. Por eso el estado religioso...manifiesta también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del Reino de los cielos (LG 44).

C).- La consagración en la historia de la Iglesia .

1. La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús -virgen, pobre y obediente- tienen una típica y permanente «visibilidad» en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo.

A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a El con corazón «indiviso» (cf. 1Co 7, 34). También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con El y ponerse, como El, al servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad.

Acción de gracias por la vida consagrada

2. El papel de la vida consagrada en la Iglesia es tan importante que decidí convocar un Sínodo para profundizar en su significado y perspectivas, en vista del ya inminente nuevo milenio. Quise que en la Asamblea sinodal estuvieran también presentes, junto a los Padres, numerosos consagrados y consagradas, para que no faltase su aportación a la reflexión común.

Todos somos conscientes de la riqueza que para la comunidad eclesial constituye el don de la vida consagrada en la variedad de sus carismas y de sus instituciones. Juntos damos gracias a Dios por las Ordenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación o a las obras de apostolado, por las Sociedades de vida apostólica, por los Institutos seculares y por otros grupos de consagrados, como también por todos aquellos que, en el secreto de su corazón, se entregan a Dios con una especial consagración.

El Sínodo ha podido comprobar la difusión universal de la vida consagrada, presente en las Iglesias de todas las partes de la tierra. La vida consagrada anima y acompaña el desarrollo de la evangelización en las diversas regiones del mundo, donde no sólo se acogen con gratitud los Institutos procedentes del exterior, sino que se constituyen otros nuevos, con gran variedad de formas y de expresiones.

De este modo, si en algunas regiones de la tierra los Institutos de vida consagrada parece que atraviesan un momento de dificultad, en otras prosperan con sorprendente vigor, mostrando que la opción de total entrega a Dios en Cristo no es incompatible con la cultura y la historia de cada pueblo. Además, no florece solamente dentro de la Iglesia católica; en realidad, se encuentra particularmente viva en el monacato de las Iglesias ortodoxas, como rasgo esencial de su fisonomía, y está naciendo o resurgiendo en las Iglesias y Comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, como signo de una gracia común de los discípulos de Cristo. De esta constatación deriva un impulso al ecumenismo que alimenta el deseo de una comunión siempre más plena entre los cristianos, «para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

La vida consagrada es un don a la Iglesia

3. La presencia universal de la vida consagrada y el carácter evangélico de su testimonio muestran con toda evidencia -si es que fuera necesario- que no es una realidad aislada y marginal, sino que abarca a toda la Iglesia. Los Obispos en el Sínodo lo han confirmado muchas veces: «de re nostra agitur», «es algo que nos afecta». (1) En realidad, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que «indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (2) y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo. (3) En el Sínodo se ha afirmado en varias ocasiones que la vida consagrada no sólo ha desempeñado en el pasado un papel de ayuda y apoyo a la Iglesia, sino que es un don precioso y necesario también para el presente y el futuro del Pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión. (4)

Las dificultades actuales, que no pocos Institutos encuentran en algunas regiones del mundo, no deben inducir a suscitar dudas sobre el hecho de que la profesión de los consejos evangélicos sea parte integrante de la vida de la Iglesia, a la que aporta un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica. (5) Podrá haber históricamente una ulterior variedad de formas, pero no cambiará la sustancia de una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en El, a cada miembro de la familia humana. Con esta certeza, que ha animado a innumerables personas a lo largo de los siglos, el pueblo cristiano continúa contando, consciente de que podrá obtener de la aportación de estas almas generosas un apoyo valiosísimo en su camino hacia la patria del cielo.

Cosechando los frutos del Sínodo

4. Adhiriéndome al deseo manifestado por la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos reunida para reflexionar sobre el tema «La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo», quiero presentar en esta Exhortación apostólica los frutos del itinerario sinodal (6) y mostrar a todos los fieles -Obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y laicos-, así como a cuantos se pongan a la escucha, las maravillas que el Señor quiere realizar también hoy por medio de la vida consagrada.

Este Sínodo, que sigue a los dedicados a los laicos y a los presbíteros, completa el análisis de las peculiaridades que caracterizan los estados de vida queridos por el Señor Jesús para su Iglesia. En efecto, si en el Concilio Vaticano II se señaló la gran realidad de la comunión eclesial, en la cual convergen todos los dones para la edificación del Cuerpo de Cristo y para la misión de la Iglesia en el mundo, en estos últimos años se ha advertido la necesidad de explicitar mejor la identidad de los diversos estados de vida, su vocación y su misión específica en la Iglesia.

La comunión en la Iglesia no es pues uniformidad, sino don del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados de vida. Estos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que fructifique para el Señor (7) en el crecimiento de la fraternidad y de la misión.

La obra del Espíritu en las diversas formas de vida consagrada

5. ¿Cómo no recordar con gratitud al Espíritu la multitud de formas históricas de vida consagrada, suscitadas por El y todavía presentes en el ámbito eclesial? Estas aparecen como una planta llena de ramas (8) que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia. ¡Qué extraordinaria riqueza! Yo mismo, al final del Sínodo, he sentido la necesidad de señalar este elemento constante en la historia de la Iglesia: los numerosos fundadores y fundadoras, santos y santas, que han optado por Cristo en la radicalidad evangélica y en el servicio fraterno, especialmente de los pobres y abandonados. (9) Precisamente este servicio evidencia con claridad cómo la vida consagrada manifiesta el carácter unitario del mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo.

El Sínodo ha recordado esta obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo.

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El Orden de las vírgenes, los eremitas, las viudas

7. Es motivo de alegría y esperanza ver cómo hoy vuelve a florecer el antiguo Orden de las vírgenes, testimoniado en las comunidades cristianas desde los tiempos apostólicos. (13) Consagradas por el Obispo diocesano, asumen un vínculo especial con la Iglesia, a cuyo servicio se dedican, aun permaneciendo en el mundo. Solas o asociadas, constituyen una especial imagen escatológica de la Esposa celeste y de la vida futura, cuando finalmente la Iglesia viva en plenitud el amor de Cristo esposo.

Los eremitas y las eremitas, pertenecientes a Ordenes antiguas o a Institutos nuevos, o incluso dependientes directamente del Obispo, con la separación interior y exterior del mundo testimonian el carácter provisorio del tiempo presente, con el ayuno y la penitencia atestiguan que no sólo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios (cf. Mt 4, 4). Esta vida «en el desierto» es una invitación para los demás y para la misma comunidad eclesial a no perder de vista la suprema vocación, que es la de estar siempre con el Señor.

Hoy vuelve a practicarse también la consagración de las viudas, (14) que se remonta a los tiempos apostólicos (cf. 1Tim 5, 5.9-10; 1Co 7, 8), así como la de los viudos. Estas personas, mediante el voto de castidad perpetua como signo del Reino de Dios, consagran su condición para dedicarse a la oración y al servicio de la Iglesia.

  • ( Vita consecrata. Exhortación apostólica post-sinodal de S.S. Juan Pablo II sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo. 25 de marzo de 1996. Introducción. )
  • Del siguiente documento, fijaros en la temática general de la consagración, válida para el Orden de la Virgenes:

    D).- La consagración de virgenes, dentro de la celebración del misterio de Cristo:

    LOS SACRAMENTALES

    667 "La santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (SC 60; CIC can 1166; CO can 867).

    Características de los sacramentales

    1668 Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo).

    1669 Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una "bendición" (cf Gn 12,2) y a bendecir (cf Lc 6,28; Rm 12,14; 1 P 3,9). Por eso los laicos pueden presidir ciertas bendiciones (cf SC 79; CIC can. 1168); la presidencia de una bendición se reserva al ministerio ordenado (obispos, presbíteros o diáconos, cf. De benedictionibus, 16,18), en la medida en que dicha bendición afecte más a la vida eclesial y sacramental.

    1670 Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella. "La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales, y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (SC 61).

    Diversas formas de sacramentales

    1671 Entre los sacramentales figuran en primer lugar las bendiciones (de personas, de la mesa, de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de Dios y oración para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son bendecidos por Dios Padre "con toda clase de bendiciones espirituales" (Ef 1,3). Por eso la Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y haciendo habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.

    1672 Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente: su efecto es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico objetos y lugares. Entre las que están destinadas a personas - que no se han de confundir con la ordenación sacramental -figuran la bendición del abad o de la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos ministerios de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.). Como ejemplo de las que se refieren a objetos, se puede señalar la dedicación o bendición de una iglesia o de un altar, la bendición de los santos óleos, de los vasos y ornamentos sagrados, de las campanas, etc. (Del catecismo de la Iglesia Católica).

    Anexo 1..- La Vida Consagrada Femenina

    L’OSSERVATORE ROMANO, 15 de marzo de 1995

    1. La vida consagrada femenina ocupa un lugar muy importante en la Iglesia. Basta pensar en la profunda influencia de la vida contemplativa y de la oración de las religiosas, en el trabajo que realizan en el campo escolar y hospitalario, en la colaboración que prestan a la vida de las parroquias en numerosos lugares, en los importantes servicios que aseguran a nivel diocesano o inter diocesano, y en las tareas cualificadas que desempeñan cada vez más en el ámbito de la Santa Sede.

    Recordemos, además, que en algunas naciones el anuncio evangélico, la actividad catequística y la misma administración del bautismo se confían en buena parte a las religiosas, que tienen un contacto directo con la gente en las escuelas y con las familias. No hay que olvidar tampoco a las otras mujeres que, según diversas formas de consagración individual y de comunión eclesial, viven en la oblación a Cristo y al servicio de su reino en la Iglesia, como sucede hoy con el orden de las vírgenes, en el que se entra mediante la consagración especial a Dios en manos del obispo diocesano (cf. Código de derecho canónico, c. 604).

    2. Bendita sea esta variada multitud de siervas del Señor que prolongan y renuevan, a lo largo de los siglos, la hermosísima experiencia de las mujeres que seguían Cristo y lo servían junto con sus discípulos (cf. Lc 8, 1-3). Ellas, al igual que los Apóstoles, habían experimentado la fuerza conquistadora de la palabra y de la caridad del Maestro divino, y se habían puesto a ayudarlo y a servir como podían durante sus itinerarios de misión. El evangelio nos revela el agrado de Jesús, que no podía menos de apreciar esas manifestaciones de generosidad y delicadeza, características de la psicología femenina, pero inspiradas en la fe en su persona, que no tenía una explicación simplemente humana. Es significativo el ejemplo de María Magdalena, discípula fiel y ministra de Cristo durante su vida, y después testigo y -casi se puede decir- primera mensajera de su resurrección (cf. Jn 20, 17-18).

    3. No se puede excluir que en ese movimiento de adhesión sincera y fiel se reflejara, de forma sublimada, el sentimíento de entrega total que lleva a la mujer al matrimonio y, más aún, en el nivel del amor sobrenatural, a la consagración virginal a Cristo, como he escrito en la Mulieris dignitatem (cf. n. 20).

    En ese seguimiento de Cristo, traducido en servicio, podemos descubrir también el otro sentimiento femenino de la oblación de sí, que la Virgen María expresó tan bien al término de su coloquio con el ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Es una expresión de fe y de amor, que se concreta en la obediencia a la llamada divina, al servicio de Dios y de los hermanos. Así sucedió con María, con las mujeres que seguían a Jesús y con todas las que, imitándolas, lo seguirían a lo largo de los siglos.

    La mística esponsal aparece hoy más débil en las jóvenes aspirantes a la vida religiosa porque ni la mentalidad común ni la escuela ni las lecturas favorecen ese sentimiento. Además, son conocidas algunas figuras de santas que han encontrado y seguido otros hilos conductores en su relación de consagración a Dios: como el servicio a la venida de su reino, la entrega de sí a él para servirlo en sus hermanos pobres, el sentido vivo de su soberanía («Señor mío y Dios mío», cf. Jn 20, 28), la identificación en la oblación eucarística, la filiación en la Iglesia, la vocación a las obras de misericordia, el deseo de ser las más pequenas o las últimas en la comunidad cristiana, o ser el corazón de la Iglesia, o en supropio espíritu ofrecer un pequeño templo a la santísima Trinidad. Estos son algunos de los letit-motiv de vidas conquistadas --como la de san Pablo y, sobre todo, la de María-- por Cristo Jesús (cf. Flp 3, 12).

    Además, se puede destacar con provecho para todas las religiosas el valor de la participación en la condición de «Siervo del Señor» (cf. Is 41, 9; 42, 1; 49, 3; FIp 2, 7, etc.), propia de Cristo sacerdote y hostia. El servicio que Jesús vino a realizar, entregando su vida «como rescate por muchos» (Mt 20, 28), es un ejemplo que hay que imitar y una participación redentora que hay que actuar en el «servicio» fraterno (cf. Mt 20, 25-27). Esto no excluye, sino que, por el contrario, implica una realización especial del carácter esponsal de la Iglesia en la unión con Cristo y en la aplicación continua al mundo de los frutos de la redención llevada a cabo con el sacerdocio de la cruz.

    4. Según el Concilio, el misterio de la unión esponsal de la Iglesia con Cristo se representa en toda vida consagrada (cf. Lumen gentiurn, 44), sobre todo mediante la profesión del consejo evangélico de la castidad (cf. Perfectae caritaris, 12). Sin embargo, es comprensible que esa representación se haya visto realizada especialmente en la mujer consagrada, a la que se atribuye a menudo, incluso en textos litúrgicos, el título de sponsa Christi. Es verdad que Tertuliano aplicaba la imagen de las bodas con Dios indistintamente a hombres y mujeres cuando escribía: «Cuántos hombres y mujeres, en los órdenes de la Iglesia, apelando a la continencia, han preferido casarse con Dios ... » (De exhort. cast., 13. PL 2, 930 A; CC 2, 1.035, 35-39), pero no se puede negar que el alma femenina es particularmente capaz de vivir el matrimonio rnístico con Cristo y, por tanto, de reproducir en sí el rostro y el corazón de la Iglesia. Por eso, en el rito de la profesión de las religiosas, y de las vírgenes seglares consagradas, el canto o la recitación de la antífona: Ven¡, sponsa Christi... llena su de intensa emoción, envolviendo a las interesadas y a toda la asamblea en un ámbito místico.

    5. En la lógica de la unión con Cristo, ya sea como sacerdote ya como esposo, se desarrolla en la mujer también el sentido de la maternidad espiritual. La virginidad --o castidad evangélica-- implica una renuncia a la maternidad fisica, pero para traducirse, según el designio divino, en una maternidad de orden superior, sobre la que brilla la luz de la maternidad de la Virgen María. Toda virginidad consagrada está destinada a recibir del Señor un don que, en cierta medida, reproduce las características de la universalidad y de la fecundidad espiritual de la matemídad de María.

    Esto se aprecia en la obra que han llevado a cabo numerosas mujeres consagradas para educar a la juventud en la fe. Es sabido que muchas congregaciones femeninas han sido fundadas y han creado numerosas escuelas, con el fin de impartir esa educación, para la cual, especialmente cuando se trata de niños, las cualidades de la mujer son valiosas e insustituibles. Eso se aprecia, además, en las numerosas obras de caridad y asistencia en favor de los pobres, los enfermos, los minusválidos, los abandonados, especialmente los niños y las niñas a quienes, en otros tiempos, se llamaba desamparados: en todos esos casos se han visto comprometidos los tesoros de entrega y compasión del corazón femenino. Y, por último, se aprecia en las varias formas de cooperación con los servicios de las parroquias y de las obras católicas, donde se han ido revelando cada vez mejor las aptitudes de la mujer para colaborar en el ministerio pastoral.

    6. Pero entre todos los valores presentes en la vida consagrada femenina, es preciso otorgar siempre el primer lugar a la oración. Se trata de la principal forma de actuación y de expresión de la intimidad con el Esposo divino. Todas las religiosas están llamadas a ser mujeres de oración, mujeres de piedad, mujeres de vida interior, de vida de oración. Aunque el testimonio de esta vocación es más evidente en los institutos de vida contemplativa, aparece también en los institutos de vida activa, que salvaguardan con atención los tiempos de oración y de contemplación correspondientes a la necesidad y a las exigencias de las almas consagradas, así como a las mismas indicaciones evangélicas. Jesús, que recomendaba la oración a todos sus discípulos, quiso destacar el valor de la vida de oración y de contemplación con el ejemplo de una mujer, María de Betania, a quien alabó por haber elegido «la parte mejor(Lc 10, 42): escuchar la palabra divina, asimilarla y hacer de ella un secreto de vida, ¿No era ésta una luz encendida para toda la aportación futura de la mujer a la vida de oración de la Iglesia?

    Por otra parte, en la oración asidua reside también el secreto de la perseverancia en ese compromiso de fidelidad a Cristo, que ha de ser ejemplar para todos en la Iglesia. Este testimonio puro de un amor que no vacila puede ser de gran ayuda para las otras mujeres en las situaciones de crisis que, también desde este punto de vista, afectan a nuestra sociedad. Formulamos votos y oramos para que muchas mujeres consagradas, teniendo en sí el corazón de esposas de Cristo y manifestándolo en la vida, ayuden también a revelar y a hacer comprender mejor a todos la fidelidad de la Iglesia en su uni6n con Cristo, su Esposo: fidelidad en la verdad, en la caridad y en el anhelo de una salvación universal.

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